ATEÍSMO DEL MERCADO
Concebir una economía sin mercado es una
aberración práctica del mismo calibre que aceptar que el mercado sea el
responsable y dinamizador último de la economía. La Ciencia, que ha dado pasos
en los últimos siglos que han sido fundamentales para desenmascarar la
superstición, no puede prestarse a construir un nuevo fetiche, aunque esa
ciencia se llame economía y el fetiche mercado.
Los economistas nos recuerdan una y otra
vez que el dinero es fundamentalmente confianza y nos repiten machaconamente
que hay que ganarse la confianza de los mercados para salir de la crisis, pero
¿quiénes son los mercados para merecer tal pleitesía? El lado amable del
mercado es el de un entorno donde distintos sujetos intercambian bienes y
servicios.
Pero el lado más amargo del mercado, el que define más propiamente
su identidad y al que nos referimos cuando hablamos de la crisis, está en las
dinámicas que guían ese intercambio: unas dinámicas de poder, que con mano de
hierro condicionan la viabilidad y el futuro de pueblos enteros.
Nos dicen que para conseguir la confianza
de los mercados, y con ellos sus capitales para financiar nuestras economías,
hay que ser más eficientes, más productivos, que tenemos que hacer sacrificios
para calmar su sed de lucro. Y en ello estamos. Pero que no se equivoquen quienes
ven en esas vías caminos de progreso.
Con esos sacrificios tan sólo se refresca
temporalmente una sed que no se sacia nunca del todo; una sed que no tiene
patria; que no entiende de derechos humanos, ni sociales, ni laborales; que no
duda en especular con aquellos bienes que son esenciales para la subsistencia
de la gente; una sed que carece de sensibilidad para respetar y cuidar la casa
de todos; y que carece de la grandeza de miras suficiente como para anticipar
el futuro de los que vendrán después.
La pérdida masiva de empleos; los recortes
de los servicios sociales; las privatizaciones de empresas públicas rentables
para pagar las deudas de las administraciones públicas mal gestionadas; los
escándalos en el ámbito de la evasión fiscal; los impagos generalizados por
parte de las administraciones públicas a autónomos y pequeños empresarios que
han realizado responsablemente su trabajo; las subidas en las facturas de la
luz, del gas o del transporte que superan ampliamente el incremento de las
subidas salariales; la impunidad para quienes se saltan las reglas del juego
porque han llegado a la conclusión de que el abuso es rentable; la gente
desahuciada de sus casas a quienes se niega la dación; la falta de crédito de
un sistema financiero que desconfía de sí mismo y que ha conseguido que los
estados le cubran sus vergüenzas con cantidades astronómicas que se retraen de
otras partidas vitales para un adecuado desarrollo de la vida social… ¿Son
argumentos para crear el miedo entre aquellos que se separan de la ortodoxia
del mercado? O por el contrario, ¿no han de ser más bien indicadores para animarnos a abrir otras vías alternativas
hacia una democratización que limite las concentraciones excesivas de poder?
LAS
PREBENDAS ECANDALOASAS
Según lo publicado últimamente tres
directivos de Novacaixagalicia han cobrado 23,6 millones de euros por indemnización y prejubilaciones, después de
que el Estado haya tenido que inyectarle a esa entidad nada menos que 2.465
millones de euros.
De otra entidad como la CAM, que ha
llegado a ser la cuarta caja de ahorros de nuestro país, hemos sabido lo que
nos va a costar su quiebra a todos los contribuyentes: unos 2.800 millones de
euros, según la estimación más conservadora, para algunos analistas. (El Fondo
de Reestructuración Ordenada Bancaria ya se ha puesto manos a la obra para
sanearla y posteriormente sacarla a subasta entre sus bancos competidores).
La CAM, controlada por el PP, era la
tercera Caja que quebraba, ya lo hicieron antes Caja Castilla La Mancha
controlada por el PSOE y Caja Sur, controlada por la Iglesia. Esto parece
indicar que la crisis no entiende de siglas. Sin embargo, hay un hecho que ha
llamado la atención en la quiebra de la CAM: por primera vez el Banco de España
destituyó de forma fulminantemente a toda una directora general de una entidad
bancaria. Los episodios de contabilidad creativa, las indemnizaciones
millonarias y la pretensión de cobrar pensiones vitalicias de sus antiguos
gestores (los mismos que habían llevado la entidad a la ruina), estaban a la
orden del día. En concreto, su directora, había tenido a bien adjudicarse una
pensión vitalicia de 370.000 euros anuales; y otros cinco ejecutivos, por su
parte, querían asegurarse unas jubilaciones
descansadas de 13,3 millones de euros.
¿Pero cómo se ha llegado a esta situación?
Desde el punto de vista de la gestión, a
las quiebras han contribuido las fusiones fallidas, la concesión de préstamos
hipotecarios ruinosos, la creciente tasa de morosidad, la ocultación de
cuentas, la inoperancia del Banco de España... Pero mi pregunta en esta reflexión
no va por esos derroteros. Más bien quiere centrarse en el aspecto de la
autoasignación de unas prebendas que resultan escandalosas a la opinión pública;
y que se repiten una y otra vez entre puestos de alta dirección de grandes
entidades privadas.
Esta práctica tan extendida, aunque con
diversos grados de gravedad, no puede ser debida a una inevitable predisposición
genética. ¿Quizá se deba a que los grandes gestores son gente con un ritmo de
vida difícil de sostener? ¿O tal vez es debido a que tienen malas influencias y
referencias poco constructivas como pueden ser los sueldos de los Rato, Botín o
González? ¿O quizá sobrevaloren su trabajo y consideren que si en la planta de
residuos de Valencia hay ocho directivos que cobran más que Zapatero, ellos,
que dirigen un banco, merecen algo más?
Personalmente, creo que se llega a esto
porque el sistema económico actual sólo es un reflejo de toda una corriente de
pensamiento más profunda en la que se absolutiza la libertad individual
desvinculándola de la responsabilidad con el entorno social.
TRANSFORMAR DESDE LOS VALORES
¿Cómo podríamos conseguir que actuaran de
una forma responsable individuos que ven a su alrededor que sus colegas blindan
sus contratos; que están en un ambiente donde las comisiones, y los maletines
están a la orden del día; donde los créditos a los altos directivos se conceden
sin un mínimo rigor en muchas ocasiones y con unas condiciones llamativas y
provocadoras de una dinámica de emulación?
¿Cómo pedirle a esta élite de los negocios
que mantenga una ética intachable a contracorriente? La propia dinámica del mercado les lleva a
optar y, hasta ahora, lo que estamos viendo no es precisamente edificante.
Bienvenidos sean los héroes; pero sería más realista sería crear las
condiciones adecuadas para que vivir solidariamente no sea un acto heroico.
SE HABLA MUCHO DEL SALARIO MÍNIMO, PERO ¿POR
QUÉ NO EMPEZAMOS A HABLAR TAMBIÉN DEL SALARIO MÁXIMO?
Hace tiempo se llegó a la necesidad de
instaurar un salario mínimo interprofesional como reconocimiento a la dignidad
básica de toda persona que trabaja y como una exigencia elemental de justicia
social. Pues bien, visto lo visto, y pensando en allanar el camino para que la
persona se pueda desarrollar más plenamente (la acumulación de privilegios no
es fuente de mayor dignidad), creo que tiene todo el sentido del mundo proponer
la necesidad de establecer un salario máximo sectorial e incluso
interprofesional, en razón de la misma justicia social.
Y defiendo la idea de
interprofesional y no sólo sectorial porque de ninguna manera me perdería el
debate y las reflexiones que de él pudieran surgir a la hora de evaluar estos
temas intersectorialmente.
Cuando una persona se arroga el derecho a
cobrar cientos de veces el salario de aquella otra persona que conduce su coche
o le limpia el despacho ¿qué trato humano le está dando, aun cuando sea educado
y salude con un sonrisa por las mañanas? ¿Se puede excluir el trato económico
del trato humano?
En esa misma línea hay que limitar las
indemnizaciones por prejubilación y eliminar los blindajes por ser mecanismos
que descapitalizan las empresas y hacen recaer sobre los trabajadores los
costes del disfrute de los privilegios de unos pocos. Ya sé que habrá quien se
sienta incómodo porque todo lo que suene a poner techos, y de forma especial si
éstos afectan al enriquecimiento y a la acumulación de poder, se interpreta
como una agresión; o como un elemento disuasorio que espantará a los “mejores”,
a los más “cualificados”. Para quienes piensen así, les pido que entiendan en
primer lugar que es por su bien y por el nuestro; y, en segundo lugar, que no
basta con “saber”. Hay que preguntarse también de qué sirve todolo que se sabe.
Como la ley por si sola pierde eficacia si
no se la apoya con medidas sociales, sería bueno que cada empresa evaluara e
hiciera público entre sus empleados cuánto le cuesta cada persona que trabaja
en ella, desde el más humilde de los trabajadores hasta su director general. Un
balance de costes del que no podrían quedar excluidos los siguientes
parámetros.
- El aspecto salarial y sus cotizaciones
correspondientes
- Los gastos de representación (desplazamientos,
dietas, obsequios)
- Las remuneraciones en especies (vehículo
de empresa, cesión de vivienda para uso particular, anticipos y préstamos por
debajo del precio de mercado…)
- Otros costes como indemnizaciones,
blindajes de contratos, bonos, stock options, etc.
Este primer paso no es baladí porque a
menudo los mecanismos como el anonimato y la desinformación fortalecen las
dinámicas de injusticia social mientras que los ejercicios de transparencia las
debilitan y las hacen vulnerables. Llegados a este punto sería interesante dar
un paso más allá y que la gente de recursos humanos, si es que los hay, se
ganaran el sueldo y propusieran un debate sobre cuál ha de ser la relación
entre el salario máximo y mínimo dentro de la empresa.
Finalmente quedaría el aspecto formativo
para que los empleados alcanzaran a entender el estado de cuentas de la empresa
y se pudiera tener un debate abierto sobre las políticas de reparto de pérdidas
y beneficios. A veces esto se hace con los accionistas en las grandes empresas
pero no con los trabajadores.

Postdata: Estimados “amigos” de la CAM y de la NCG,
si ustedes hubieran implantado en sus entidades las medidas que se acaban de
citar seguramente no estarían en las fotos de los periódicos, porque los trabajadores no les hubieran
permitido sus excesos y, quizá, hasta ustedes mismos hubieran autorregulado sus
ansias de privilegios. Lo que propongo no es nada imposible, en mi pequeña
empresa se hace; pero si alguien les dijera que a nivel de gran empresa no se
puede hacer, recomiéndele a esta persona un cambio de mentalidad; un paso hacia
delante que puede facilitarle la lectura
del libro Radical de Ricardo Semler. (Donde se demuestra el éxito al que puede
conducir esta filosofía incluso en una gran empresa capitalista.
Joaquin, empresario y participante en la Comisión Economía de la Asamblea 15M del Barrio del
Pilar.