La corrupción política guarda misteriosos parecidos con la magia:
sirve para conseguir cosas imposibles, y su gracia consiste en poderla realizar
ante los ojos del público.
Creo que no le gustó mucho la intención de esta foto |
Igual que existen la magia blanca y la magia
negra, los abnegados investigadores que intentan desbaratar la trastienda de
este espectáculo social colectivo hablan de corrupción
negra, corrupción blanca y hasta de corrupción gris. Con esta
sencilla escala cromática pueden matizar de forma gráfica el grado de
consentimiento social del que gozan los aplaudidos "magos" en cada
etapa de la Historia o contexto social. Lo que trae graves consecuencias
a quienes resultan sorprendidos con las manos en la masa es corrupción negra;
lo que sabemos que no está muy bien pero
qué le vamos a hacer, el mundo es así, tampoco es para tanto,
corrupción gris... Pero, incluso, apurando más, un mismo hecho que en otras
latitudes podría llegar a costarte el puesto, puede lograr convertirse –como por
arte de magia- en corrupción blanca blanquita. Basta con un poco más de detergente blanqueador intelectual,
suministrado, por cierto, ampliamente en este Inmenso Centro Comercial que es la Cultura del Éxito.
Esta asignación de mayor o menor tolerancia a
lo que corrompe el buen funcionamiento del cuerpo social es lo que llaman el “estándar
de bondad de una sociedad”. Y puede evolucionar o retroceder con el tiempo. Por ejemplo, antes podía resultar
aceptable para el público el abuso
sexual desde las posiciones de poder. Y esto hoy se contempla como una práctica
oscura que debe erradicarse, incluso aunque te llames Dominique Strauss-Kahn.
Pero cuando vemos cómo
algunos partidos políticos que se presentan a las elecciones acuden permanentemente a la estantería del
detergente ante hechos que otrora causaban el escándalo, cabe preguntarse cuál es el estándar de bondad, el programa que proponen para la sociedad,
ante la que se ofrecen como dirigentes, o como detergentes.